En las regiones montañosas la vida es más dura, la guerra
entre tribus diezma constantemente a todos los pueblos, un conflicto sin un
solo ganador, pues aquellos que el día de hoy saquean. el día de mañana son
muertos por las armas de la venganza, el triste ciclo de la codicia y la ira.
En una de las tribus de las faldas montañosas vivía Eros, valiente guerrero de
mil victorias, un combatiente que de haber nacido en un gran reino rápidamente
habría conseguido el favor de los mejores caudillos, era el hombre más temido
de la región, pero no era suficiente para evitar los conflictos, su talento con
las armas era al mismo tiempo su maldición, condenado a alimentar los fuegos de
la guerra por siempre, después de todo que es de un guerrero sin ella?
Con el tiempo el valiente Eros fue volviéndose tan frio como
los campos donde derramaba la sangre de sus enemigos, cada vida que quitaba
hacia que la propia perdiera brillo, fueron campañas constantes para bloquear
las rutas de los invasores y así proteger las villas vecinas, largas campañas
donde tomo muchas vidas, esa era la vida de Eros.
Fue en una de esas villas que conoció a Tara, la
misericordiosa, justo cuando le brindaba algunos cuidados a un prisionero herido.
-Por que pierdes tu tiempo aliviando a quien merece morir de
todas formas?- le pregunto Eros con desprecio al ver a la joven prestando ayuda
al herido.
-Porque a nadie más parece importarle – respondía ella con
tristeza- le llamamos enemigo, pero es un hombre mortal como nosotros, que es
lo que nos hace diferentes, por que debemos luchar?
-Luchamos o morimos, así son las cosas
-Pero qué sentido tiene una vida así?
-Sobrevivir, eso es todo
-No, si eso fuera todo nuestras vidas no valdrían nada, debe
existir algo más, una esperanza de paz
-No sabes lo que dices, he visto ya muchos combates- recordando
Eros que en su corta vida había presenciado tantos conflictos que le era
difícil incluso recordar los tiempos antes de la guerra, la guerra era su vida-
…aquel que habla de paz es asesinado por el que hace la guerra, no hay paz.
Tara lo miro a los ojos y pudo sentir una tristeza más
profunda que los acantilados de los bordes del sur – La paz puede ser
alcanzada, si no la paz entre los pueblos, si la de tu interior, veo que tu
batalla más cruel es contigo mismo.
Eros no respondió, había algo de razón en las palabras de
esa joven, huérfana de padre por las constantes luchas, era extraño que pensase
de esa forma, ¿seria acaso que ella conocía la paz de la que hablaba? En el
fondo Eros quería creer, o ¿era acaso que su vida era solo eso, pelear hasta
que alguien mas le diera muerte?
En esos días Eros y Tara pasaron muchas horas juntos, no
hablaban mucho pero se entendían, donde él veía un campo de batalla, ella
miraba la hierba forzando por un espacio entre la roca; al llover él pensaba en
lo complicado que se harían las marchas, mientras que ella se alegraba por los frutos
que crecerían; así como cuando él vio un enemigo herido al que debía rematar,
ella vio a un hombre sufriendo al que podía ayudar. Eros tenía un sentimiento
que no conocía, se sentía bien y agradecido, deseaba dejar atrás su maldición,
pero esta estaba atada a su destino.
Mensajeros llegaron con noticias de una avanzada por un paso
lejano, Eros debía volver a la batalla.
-Me iré, pero será la última vez. He decidido que quiero
estar en paz, la he encontrado en ti y quiero ver a donde lleva este camino que
se aleja del fuego, a mi regreso y si tú me aceptas, te tomare como esposa.
-Te esperare así deba ver pasar todos los inviernos de esta
tierra, tomare ese camino contigo.
Así partió Eros, guerrero de mil victorias, a una campaña
mas, pero esta vez era diferente, había encontrado algo de verdadero valor,
partía esta vez para defender sus sueños y esperanzas.
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