Sara es una huérfana que a muy temprana edad debió luchar para valerse por si misma. Llego al orfanato luego de que un guardia la encontrara vagando por las calles. En un principio no soportaba el encierro de que era presa, en varias ocasiones fue necesario que la gente del orfanato y de la iglesia fuera en su búsqueda, por no decir captura. Había algo en ese lugar que nunca le gusto, no era que extrañase su hogar o su antigua vida, tuvo el infortunio de perder a sus padres a muy temprana edad por lo que, no podría reconocerlos si los llegase a encontrar en un sueño, tampoco había tenido un segundo hogar muy agradable, se decía que la esclavitud estaba prohibida, pero desde debajo de la bota no se podía diferenciar a un esclavo de un criado, al menos ella no podía.
El verdadero problema de Sara y que ella misma desconocía, era el espíritu mismo del orfanato, era un lugar hueco por donde desfilaban espíritus desamparados con una perturbadora semejanza a los calabozos donde residían los condenados a la horca. Recuerda a Madame Jocelyn, la mujer encargada del hogar, si es que dicha palabra es válida para un lugar así; una mujer dura y de muchos rencores, su porte era distinguido pero sus ropas no opinaban lo mismo, vestigios de un pasado más próspero, posiblemente una viuda sin hijos, Sara jamás llegaría a saber que detrás de Madame Jocelyn había un espíritu derruido, una mujer que había sido esposa de un comerciante hasta que este desapareció en un viaje siguiendo las faldas de otra mujer; la Madame en muchos aspectos había tenido un destino similar al de los huérfanos, una mujer en su condición estaba igual de desvalida que un niño; en un principio se vio obligada a ir vendiendo sus posesiones, pues poco había durado en el comercio, todo en descenso hasta que la iglesia y el estado habilitaron su residencia como orfanato; Madame Jocelyn en muchos aspectos repudiaba el lugar mucho más de lo que Sara lo hacía, pues diariamente caminaba entre las sombras de lo que fue y pudo ser y eso le devastaba el espíritu.
Madame Jocelyn era estricta, pero no porque se preocupara en formar a los niños, sino para descargar sus propios traumas, les trataba de llenar la cabeza con ideas negativas que no eran más que reflejo de su triste pasado y su miserable presente, puesto que no era capaz de apreciar lo que tenía frente a sus narices. Un día llego una niña de 6 años llamada Idda que era muy diferente al resto, tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación y brindaba calidez a quien se la dedicara. Madame Jocelyn cegada por su egoísmo no se permitía disfrutar de aquel regalo del destino, al contrario, buscaba como reprimir esa actitud, pues sentía una mezcla de envidia así como de piedad por aquella chiquilla, no podía ser feliz como tal vez se merecía, el mundo era un lugar demasiado frio para una flor primaveral como esa. Al principio trato de aplacarla, pero para ser tan pequeña reaccionaba de manera muy positiva, era como si comprendiera el mismo dolor de Jocelyn, como si de alguna manera se maltratara a sí misma y por ello sentía pena por ella. Jocelyn reacciono con cólera ante la impotencia de ver como sus intentos de quebrar su espíritu resultaban inútiles, esperaba que una niña con el origen de Idda fuera mucho más frágil de lo que resulto, comenzó a azotarla. Fue en ese momento que Sara intervino tomando con su mano la vara con la que golpeaba a los desobedientes en actitud desafiante y valerosa, como resultado de semejante imprudencia los azotes fueron para ella. Ese día cesaron sus intentos de fuga, no dejaría que Madame Jocelyn volviera a abusar de alguno de los niños.
Sara a pesar de su valor seguía siendo incapaz de oponerse del todo a la Madame, a fin de cuentas no podía recibir golpes todo el día ni quedarse sin comer demasiadas noches, pero Sara tenía una gran fuerza en su espíritu, aun no sabía que una estrella en el firmamento brillaba solo por ella, aun no era tiempo. Madame Jocelyn empezó a encargar muchos de sus deberes a la pequeña Sara, al grado de que cuando llegaba alguien del ducado o algún otro invitado, generalmente daba la impresión de que Sara fuese la mano derecha de la señora. Con el pasar del tiempo Sara comenzó a ser la hermana mayor de todos en el orfanato.
Madame Jocelyn como muchos que se dedicaban al cuidado de los niños de nadie, no tardo en descubrir que tenía muchas manos a su disposición y el dinero siempre faltaba, así que a muchos de ellos los ponía a trabajar como aprendices, lo que no estaba del todo mal, pues los orfanatos no son para siempre y no era raro que un huérfano terminase como un ladronzuelo. Sara era bonita y empezaba a desarrollar atractivo, no le resulto difícil a Jocelyn el encontrarle trabajo en una posada, tal vez tuviera suerte y algún hombre se la llevase pronto quitándole una molestia de encima. A Sara le cayó muy bien el trabajo, tenía que soportar a marineros ebrios y otro montón de alcahuetes, pero al menos no era una taberna en los muelles, sin embargo escuchaba atenta las historias de los viajeros, pues estos siempre tenían algo que contar y disfrutaban mucho más hablando con una jovencita que con cualquier posadero, por lo que siempre extendían sus relatos. Algo con lo que no conto la Madame era que si bien recibía todo el pago que correspondía al trabajo de los niños, en el caso de Sara no había contado con las propinas tan cotidianas que recibía y esta con su tenacidad, por supuesto no le conto de ello a la señora, comenzó a ahorrar pues Jocelyn ya le había amenazado que sus días en el orfanato estaban contados. Lo que a Sara le extraño mucho al principio fue que las mejores propinas no eran por servir comida y llevar bebidas, sino por llevar recados. Había muchos viajeros, comerciantes, aventureros, mercenarios y aristócratas que requerían de mandar mensajes de la posada a una residencia, puesto de vigilancia, al muelle y demás asuntos por demás variados y pagaban bien por un trabajo bien hecho. Sabía que las cosas importantes iban por escrito y muchas veces con sello de cera, pero tenía la perspicacia para no andar contando sobre los mensajes, eso hizo que se fuera ganando la confianza de la gente de la posada y con ello tenía un lugar donde sería bienvenida cuando cumpliera la edad en que debía partir del orfanato.
Sara había despertado el interés en algunos muchachos como era normal, pero esta se los quitaba de encima pues sabia por típicas pláticas entre hombres que escuchaba en la posada, que los muchachos solo buscaban con quien satisfacer sus deseos y cuando las jovencitas resultaban encinta estos desaparecían en el acto, Sara no conocía el romance más que en las historias y canciones, el mundo de las relaciones amorosas le asustaba mucho, pues según había escuchado era el inicio de muchas tragedias.
Eli llego al orfanato en los últimos meses que estuvieron ahí. Al principio Sara peleaba mucho con ella, le daba la impresión de que era algo fanfarrona y una sabelotodo, Eli había recibido educación pero el infortunio la llevo a aquel lugar. Fue en uno de esos corajes nacido a raíz de la interpretación de un cuento de un libro que se hicieron amigas, Sara había escuchado la historia y había corregido a Eli sobre el desenlace, Sara actuaba como si fuera la dueña del lugar, al menos a su parecer, así que saco el libro de donde había sacado la historia y en la mesa ante todos, había confirmado el final, pero Sara no lo aceptaba y así se enojaron una con la otra. Más tarde Eli se aproximó a Sara y le dijo “no sabes leer, ¿verdad?”; Sara se sintió avergonzada, ese tema siempre le había parecido una mancha en su lienzo, Madame Jocelyn les había medio enseñado a leer y escribir a la mayoría de los niños, pero en el caso de Sara cuando todos estaban en clase, está siempre tenía tareas que realizar, era una especie de venganza de la señora por los constantes desafíos de Sara. Asintió con vergüenza pero Eli no se burló de ella, al contrario actuó de manera muy comprensiva, sabía que la mayoría de sus peleas era debido a que ella había recibido la educación de su madre y eso ocasionaba que muchos de os huérfanos la vieran con cierta envidia, pero de entre todos, Sara era la que tenía una personalidad más fuerte por lo que la fricción era inevitable. Así Sara se hizo amiga de Eli, aprendió a leer, escribir y a contar, lo que le habría resultado muy útil cuando empezó a trabajar; conociéndola mejor, Eli parecía conocer mucho de muchas cosas, leía, también escribía y hasta conocía otros idiomas; la señora la utilizaba de escriba pero a Sara le gustaba mucho en particular una serie de historias que Eli conocía, así un día tuvo la idea de juntar a todos los huérfanos para escuchar los cuentos de Eli, los reunió a todos con emoción pero ya con todos reunidos, Eli se dio cuenta que se sentía incapaz de hablar ante un público y Sara no conocía bien las historias ni leía con fluidez. No se les había ocurrido quien iba a contar los cuentos, pero ya tenían a todos reunidos e impacientes, pronto conocieron el pánico escénico y ahí es donde entra Idda.
Ante la impaciencia de los niños y ante la confusión entre Eli y Sara, Idda se aproximó a ellas y les dijo que ella podía contar los cuentos, pero que no los conocía así que si esa noche Eli le contaba la historia, ella podría repetirla la noche siguiente para los demás. Eli le comento que eso no sería necesario, había observado bien a Idda, tenía un buen corazón y la disposición de ayudar a los demás como había sido la ocasión, pero también sabía que era buena lectora, se le ocurrió una idea, le pidió a Sara que consiguiera unas velas para que Idda pudiera leerles el cuento de donde esta lo había conocido. Sara se apresuró y tomo unas velas del estudio de Madame Joselyn, eran las únicas que estaban en buenas condiciones y pensó que seguramente la señora se molestaría mucho y no tardaría en descubrir que pasaba. Entonces recordó que tenía unas monedas ahorradas, así que ocuparía las velas y temprano por la mañana las repondría para que nadie supiera que las había tomado.
Cuando regreso la escena le pareció memorable, habían trabajado las tres en unidad para brindar una pequeña alegría a los huérfanos, la luz de las velas hacia que solo ellas fueran visibles al momento de reunirse y ya con todo listo Eli saco de entre sus cosas y de manera casi ceremoniosa un artículo que entrego a Idda para que esta lo leyera, mientras que Sara se limitaba a sostener maravillada el candelabro pues estaba presenciando sin saberlo un presagio del destino, así fue que Sara realmente apreciaba por primera vez El Libro de Cuentos.
IV

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