10.07.2015

VI Syrma

Idda.

“Una estrellita que se cayó del cielo” así se había referido la partera a Idda cuando nació. Idda siempre ha tenido un resplandor muy peculiar, sus cabellos dorados parecían sacar chispas cuando el viento los mueve y sus ojos verdes brillaban como hermosas esmeraldas y ni que decir de su preciosa sonrisa. En sus primeros años, Idda creció bajo el techo protector de su padre, un conocido y prospero herrero junto a una madre amorosa, ambos se esforzaban por tener un techo sin goteras y por tener siempre comida en la mesa, su razón de todo era su pequeña estrellita que les había brindado alegría en sus vidas desde el momento en que fue inesperadamente concebida. La alegría fue mucha, pero esta termino abruptamente cuando en un terrible incendio, el herrero logro sacar a su querida Idda del lugar, pero regreso por su esposa que se encontraba atrapada, para nunca mas volver.

Afortunadamente logro vivir 6 años en un hogar amoroso, donde su corazón pudo crecer y hacerse fuerte, cuando llego al orfanato de inmediato se hizo notar ese espíritu tan lleno de luz, Madame Jocelyn no soportaba ver a una niña tan feliz como ella misma creía que pudo haber sido, sobre todo con el infortunio, estaba triste, pero detrás de las lágrimas se podía apreciar la luz de la esperanza esperando emerger. Jocelyn no entendía como una una niña así podía andar por el mundo, debería estar desesperada, carente de ilusiones, pero no, el llanto era temporal, como el sol esperando a que las nubes de lluvia terminen toda su carga para volver a traer luz al mundo. Sus palabras no parecían penetrar y la señora ni siquiera se percató de que ante la tristeza que Idda sentía, cualquier otra cosa era completamente irrelevante; así llego a la desesperación de sacar la vara de los castigos, una rama de madera muy flexible con la que azotaba a los niños que requerían mas que palabras para ser corregidos. La golpeo una, dos veces, pero Idda no sentía dolor y si lo hacia no le importaba, no el dolor físico, estaba destrozada y tenia miedo, apenas unas noches atrás aun tenia a sus padres y luego se volvió una niña de nadie, tenia suerte de no estar en la calle, no sentía nada... hasta que Sara apareció. El tercero fue un fuerte azote, pero Idda no había recibido el golpe, abrió los ojos con incredulidad y vio a la valiente Sara deteniendo la vara con su mano y la expresión de cólera en la Madame. “!Ya no la golpee!” exigía la niña desconocida, como resultado, la señora comenzó a azotar a Sara que emitía leves quejidos de dolor, Idda quería ayudarla, pero estaba asustada, no podía mover un dedo mientras observaba como azotaban a la otra niña.

Cuando termino la escena ambas niñas permanecieron en la habitación común, Idda se acercó a Sara que estaba muy lastimada, examinó su espalda lo que le hizo emitir un gesto de dolor, quería decirle "gracias", quería decirle cuanto le agradecía semejante gesto, pero las palabras no salían, aun era temerosa de muchas cosas pero al menos la bondad que le había mostrado Sara le había hecho pensar en algo mas que en su propia desgracia.

Las primeras noches fueron las más difíciles, era la nueva huérfana y era recibida con cierto recelo, en especial por aquellos que no habían conocido a sus propios padres, pero para su suerte por alguna razón esa niña, que según había escuchado se llamaba Sara, intercedía por ella y evitaba que la molestaran, pero al igual que como paso con los azotes, esta resultaba incapaz de decirle todo aquello que quería decir, era como un animalillo asustado. Cuando llegaba la hora de dormir era cuando le asaltaba el miedo, el lugar le parecía demasiado grande, silencioso y oscuro, los murmullos y otros ruidos hacia que no fuera difícil pensar que había un monstruo en las cercanías, un ser sobrenatural que caminaba entre las camas, buscando, buscándola a ella, un fragmento de la oscuridad, la tristeza misma, andante entre los desafortunados y su mirada estaba fija en ella, se aproximaba lentamente tomándose su tiempo, pues tenía toda la noche para ello y mientras más próxima mayor era el pesar. El recuerdo, el recuerdo de sus padres la acosaba y comenzaba a escuchar susurros entre los niños que están dormidos desde hacia horas, murmullos sobre lo horrible que es morir quemado y el desafortunado destino de los huérfanos, si guardaba silencio podía escuchar como relataban que Madame Jocelyn cocinaba a los niños desobedientes en un caldo con patatas y cebolla, escuchaba sobre como la asfixiarían con algún almohadón, sentía los rasguños provenientes del piso, todo mientras la sombra se le acercaba más y más hasta que se inclinaba sobre ella y susurraba “te encontrara… y yo también”.

En ese punto siempre despertaba sin poder recordar más que pedazos, asolada por una gran tristeza y miedo, se acurrucaba en su lugar y se cubría con sus mantas temblando, también era en ese momento que recordaba una canción de cuna que su madre solía entonar con ternura, así recordaba los tiempos de paz y desarrollaba un estado de serenidad con el que conseguía dormir. Así fue que Sara conoció la dulce voz de Idda y se alegro de haberla defendido, cada golpe había valido la pena; cuando estuvieron solas en el cuarto luego de los azotes, mientras la mas pequeña permanecía impotente, Sara se había sentido reconfortada con su presencia, el confort que de recordar lo habría asociado con el abrazo de su madre, aunque desconocía el motivo que la impulsaba a entonar dicha canción, la sombra de las penas acechando.

VI


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